“La fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”
Con el siguiente fragmento Roland Barthes da inicio a La cámara Lúcida, un texto que busca aproximarse a todo aquello que pueda dotar de significado a la fotografía:
Un día, hace mucho tiempo, di con una fotografía de Jerónimo, el último hermano de Napoleón (1852). Me dije entonces, con un asombro que después nunca he podido despejar: «Veo los ojos que han visto al emperador». A veces hablaba de ese asombro, pero como nadie parecía compartirlo, ni tan solo comprenderlo (la vida está hecha así a base de pequeñas soledades), lo olvidé.
Amor y muerte: es la dualidad indisoluble que encuentra Barthes en la fotografía. Así pues, al contemplar una foto de su madre, Henriette Barthes, quien murió en 1977, Barthes se ve movido a ahondar desde la semiología y sus sentimientos en las imágenes fotográficas.
En “La Cámara lúcida” Roland Barthes no puede ocultar la nostalgia que le genera tener solo pinceladas de su madre, trozos de ella en una fotografía, más nunca su presencia real y completa. Es obvio que la figura femenina de Henriette fue determinante para Barthes.
Por eso, al igual que la “foto del invernadero” de la que Barthes habla en su texto, pero que nunca es compartida con el lector; quien mira detrás de esta ventana, quiso congelar algunos instantes que tuvieran como protagonistas a las mujeres más cercanas a su vida: sus hermanas, su mamá y su abuela materna. En honor a aquello que nos “mueve”, al amor de Roland Barthes por su madre, y a la importancia de una mujer en nuestras vidas.
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