jueves, 8 de marzo de 2012

La vida pende de un hilo

“Salve planta esmeralda y armiño,
salve planta de rico textil,
si eres vientre de pan y cariño,
reina en Guarne, señora sin fin”
(Fragmento Himno a la Cabuya-Roberto Uribe Jaramillo)

Hilar paja en una rueca para convertirla en oro. Esa era la misión que debía cumplir la hija de un humilde molinero si quería conservar su vida y hacerse reina.  La historia que construyeron los hermanos europeos, Jacob y Wilhelm Grimm, no resulta tan utópica si dirigimos la mirada a tierras americanas.
Así como en los reinos de fantasía de los hermanos Grimm, en los pueblos del Oriente antioqueño se pueden encontrar además de personajes que parecen sacados de un cuento, historias reales de muchas familias cuya vida también dependió de hilar, en lugar de paja, cabuya. Y aunque el hilo que se obtiene al desfibrar e hilar esta planta, no es como el metal precioso del cuento, sí fue por muchos años la fuente de riqueza de un pueblo rodeado de montañas. 


Planta de Fique - Vereda La Clara

Por eso en Guarne el fique o cabuya, como prefieren llamarla muchos, es la planta más representativa. Tanto así, que está presente en el escudo del municipio, en la tercera estrofa de su himno e incluso tiene el suyo propio, escrito por el poeta Roberto Uribe Jaramillo. Además, en diciembre se llevan a cabo las Fiestas Tradicionales de la Cabuya en honor a la que por tantos años constituyó la principal fuente de sustento de los guarneños.

Los que han vivido toda su vida en estas tierras tienen de referente el nombre de algún conocido que haya trabajado la cabuya. Maria del Carmen Arias, líder comunitaria de ochenta y cuatro años, recuerda algunos nombres: “Enrique Llano tuvo telares, Neftalí Cardona también los trabajó, don Óscar Gallego todavía tiene matas en su casa y algunas máquinas. Y claro, está don Miguel Ángel Ossa, que trabajó por más de treinta años la cabuya y es conocido en todo el país como El rey del fique”.

Para Francisco Zapata, habitante de la vereda Hojas Anchas, el oficio de la cabuya es “un proceso bonito” a pesar, según él, de que la administración de la planta es “muy brava” por las alergias que puede causar. Las tías de Francisco y su mamá la utilizaban para hilar: “Eso iban cogiendo cadejitos aquí y allá, y después ese hilo lo ponen en un aparato que se llama telar”. “Kiko” como lo conocen en el pueblo, cuenta que a él le tocó lavar la cabuya en charcos y luego ponerla a secar: “Había que ser cuidadoso en esa parte, porque si la cabuya se mojaba, luego de estar en proceso de secamiento, se ponía negra”.

Parecida a la planta del maguey, tan popular en México, el fique es una mata de hojas largas y verdes, su tallo es grueso. Del procesamiento de ésta se elaboran costales, alpargatas, enjalmas, lazos, mochilas y diferentes artesanías. Cualquiera que sea el producto obtenido de la cabuya, representa un gran valor a los ojos de los guarneños. Para ellos el fique no es una planta del montón. Cada costal o artesanía viene cargado de significado, por las historias y las manos que hay detrás de cada puntada.

Monumento al campesino sacador de cabuya –Casa de Félix Cardona

Junto con las tablas o pedazos de cartón, las hojas de fique también fueron utilizadas por los más pequeños para deslizarse por los morros del Oriente antioqueño. A aquellos que tienen el cabello claro, casi blanco, se les suele llamar “pelicabuya”. De una u otra manera, hablar de fique implica hablar de Guarne, teniendo en cuenta que los indígenas de la tribu Guane, que además de habitar las tierras del departamento de Santander, recorrieron también los valles del río Nare y el valle de La Mosca, fueron pioneros en trabajar la cabuya.

En el fuerte ecológico de la vereda Piedras Blancas se encuentra el Palacio del Fique, y en el barrio San Antonio, don Félix Cardona decidió hacer en su casa un monumento en homenaje al campesino sacador de cabuya. En ambos lugares se pueden encontrar algunos de los instrumentos y máquinas que permitían desfibrar el tradicional hilo de cabuya.

Pero la cabuya dejó de ser la reina de los empaques. A “la novia del café”—como se le llamó una vez— la desplazó la fibra de polipropileno. Los empaques de cabuya quedaron relegados por la nueva fibra que resultaba más económica. Es por esto que aunque en algunas fincas de Guarne todavía se encuentran plantas de cabuya, su cultivo dejó de ser hace mucho tiempo la principal fuente de riqueza de la región. Los campesinos decidieron dedicarse de lleno a la siembra de de mora, papa, maíz, frijol y toda clase de frutos y hortalizas que fueran aptos para ser cultivados en tierra fría. Actividad que de igual manera alternaban algunos con la siembra del fique.

Huellas de una familia fiquera
En el barrio San Antonio, por la carretera del sector que aún está sin pavimentar y contigua a una tienda llamada Los cisnes, se encuentra la casa de Pastor Bustamante y Martha Nelly Ramírez, un matrimonio de casi cuarenta años y del cual nacieron tres hijos: Uriel, Jhoany y Ferney. Estos esposos aprendieron de sus padres el oficio de trabajar la cabuya, y a su vez les enseñaron también a sus hijos cómo manipular la planta, aunque estos últimos decidieron no continuar con la tradicional labor. 

Martha Nelly Ramírez y Pastor Bustamante trenzando lazos de cabuya
Martha Nelly trabaja con la cabuya desde los siete años. Cuando llegaba de la escuela observaba la forma en que sus padres transformaban las verdes pencas en hilo blanco. Ellos, al notar su curiosidad, accedieron a enseñarle. “A mí me tocó sacarla en carrizo para hilar; utilizábamos también un torno de pie y se hacían las madejas. Claro que uno pequeño lo hacía era más por estar entretenido, entonces yo me sacaba apenas unas dos o tres libritas” —cuenta ella.
Pastor, aprendió en San Vicente, municipio en el que vivió toda su infancia, a trabajar la misma planta usando técnicas diferentes.



La cabuya los unió
Al preguntarles cómo se conocieron, Martha Nelly cuenta: “Yo era de Rionegro y él de San Vicente. Él se caso y enviudó. Y él toda la vida había trabajado con estas cositas de cabuya; él negociaba con eso. Y en mi familia torcíamos lazos, también de cabuya”

La diferencia entre ambos era que Pastor trabajaba la cabuya con la máquina de motor, mientras que María del Rosario —“Sarito”, como le decían de cariño a la mamá de Martha Nelly— junto con sus hermanos, sacaban en carrizo pequeños cadejos para poderla hilar manualmente.

Cuando Martha Nelly tenía dieciocho años, le llevaba lazos de cabuya a Pastor para que él se los comprara. Su historia de amor se condensa en el siguiente diálogo:
— Quiubo mi amor ¿qué me trajo?
— Unos lacitos pa’ venderle a usted y comprarme la panelita
— ¿Y no me trajo el corazón?
— Ah, sí, también.

Pero hubo veces en que la cabuya también los distanció. En ocasiones, Pastor y un amigo suyo pasaban semanas enteras desfibrando cabuya en Barbosa. Martha Nelly explica que no era por falta de máquinas en Guarne, sino porque en Barbosa había muchos cabuyales. Pastor y su amigo dejaron de viajar porque llevar la máquina de Guarne a Barbosa y viceversa resultaba muy costoso.
Gajes del oficio
Al desfibrar la cabuya, o al momento de hilarla, es probable que ésta suelte una pavesa, que según afirma la pareja, no causa ningún perjuicio para la salud. Por otra parte, algunas personas son alérgicas al bagazo —zumo de color verde que suelta la planta— y les puede dar una molesta alergia en la piel conocida como “manzanilla”. Martha Nelly cuenta que de pequeña solo le dio este tipo de alergia una vez, y que para menguar la picazón ponía sus manos cerca de la candela de algún fogón y se iba frotando despacio. Además, asegura que solo cuando la luna está en creciente está uno vulnerable a que le dé manzanilla; mientras que en menguante no ocurre lo mismo.

Él de ochenta años y ella de cincuenta y ocho, ya se acostumbraron a los callos que deja el trenzado de la cabuya. A lo largo de la semana y en las horas de la tarde, si es que acaso han dejado la puerta de su casa abierta, se les puede observar a estos personajes haciendo lo que más venden: trenzas de cabuya. Cuenta Pastor que la única molestia para él es que ya comienza a sentirse “un poco corto de la vista” y, por su parte, Martha Nelly afirma no haber sentido un dolor de cabeza hace más de veinticinco años.

Pastor Bustamante en su labor cotidiana
Más que trenzas y enjalmas para vivir
El matrimonio de Pastor y Martha Nelly es un ejemplo de aquellas familias que deben alternar la producción de cabuya con otra labor diferente para obtener su sustento. Los lunes, miércoles y sábados se dedican también al reciclaje.

“Todo el peso que nos conseguimos, se lo metemos a la casita. Ya que una baldosa, que una teja. Porque sí, la casa es propia, pero hay que pagar el agua, la luz, el teléfono”—dice Pastor—
En semana, él y su esposa hacen trenzas hasta las ocho o nueve de la noche. Y al llegar el fin de semana ni siquiera el domingo tienen total descanso. Cada ocho o cada quince días Pastor viaja hasta Barbosa o Girardota para vender sus productos: trenzas, enjalmas, mochilas y hasta forros para machete que compra por aparte en Rionegro. Pero ninguno se queja, ya sea que se los encuentre uno en la calle llevando su carreta para el reciclaje, o bien uno los visite en su casa, siempre tienen una sonrisa para ofrecer. Para ellos “el trabajo no lo hizo Dios como castigo”—como dice la canción—. Por el contrario, afirman: “Siquiera Dios le da esa facultad a uno de seguir con el trabajito”

Y es que a veces la vida pende de un hilo. Por eso al preguntarle a doña Martha Nelly la razón por la que siguen haciendo sus trenzas de cabuya, ella responde con su voz dulce y pausada: “Porque nos ha dado la aguapanelita” 

Martha Nelly y Pastor

miércoles, 11 de enero de 2012

Momentos

“La fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”
Con el siguiente fragmento Roland Barthes da inicio a La cámara Lúcida, un texto que busca aproximarse a todo aquello que pueda dotar de significado a la fotografía:

Un día, hace mucho tiempo, di con una fotografía de Jerónimo, el último hermano de Napoleón (1852). Me dije entonces, con un asombro que después nunca he podido despejar: «Veo los ojos que han visto al emperador». A veces hablaba de ese asombro, pero como nadie parecía compartirlo, ni tan solo comprenderlo (la vida está hecha así a base de pequeñas soledades), lo olvidé.

Amor y muerte: es la dualidad indisoluble que encuentra Barthes en la fotografía. Así pues, al contemplar una foto de su madre, Henriette Barthes, quien murió en 1977, Barthes se ve movido a ahondar desde la semiología y sus sentimientos en las imágenes fotográficas.

En “La Cámara lúcida” Roland Barthes no puede ocultar la nostalgia que le genera tener solo pinceladas de su madre, trozos de ella en una fotografía, más nunca su presencia real y completa. Es obvio que la figura femenina de Henriette fue determinante para Barthes.

Por eso, al igual que la “foto del invernadero” de la que Barthes habla en su texto, pero que nunca es compartida con el lector; quien mira detrás de esta ventana, quiso congelar algunos instantes que tuvieran como protagonistas a las mujeres más cercanas a su vida: sus hermanas, su mamá y su abuela materna. En honor a aquello que nos “mueve”, al amor de Roland Barthes por su madre, y a la importancia de una mujer en nuestras vidas.

Juana - 06 de enero 2012


"Mientras dormías" - Maria Antonia 11 de enero 2012


Anny - 07 de diciembre 2011


Abuela Carmen - 24 de diciembre de 2011