Los que saben de literatura recomiendan volver a los clásicos: Dostoyevski, Víctor Hugo, Dickens, Tolstoi. Las historias de estos autores se hicieron universales porque en ellas se narra lo cotidiano, aquello cercano a las personas de cualquier país; realidades que aunque diversas, no son ajenas a quien las recibe por estar dotadas del carácter humano.
En la fotografía ocurre algo similar. Además de resultar útil y necesario, volver a las raíces de este oficio para aprender de quienes sentaron las bases de la “escritura de luz”, es posible notar la importancia que va tomando capturar la vida tal cual es; sin maquillajes. Así lo hizo Henri Cartier Bresson, el francés que buscaba al momento de obturar “atrapar en una sola imagen lo esencial que surgía de una escena”.
Más que hacer fotografías, Bresson procuraba captar fragmentos de realidad. Para llegar a ser uno de los mejores reporteros gráficos, Bresson se preocupó por aspectos inherentes a este oficio como el tema, la composición, la técnica, y algunos que dependen en gran medida de la ética personal, como el respeto por el otro y la distancia que se toma frente a los hechos.
Bresson creía posible que una foto significativa tanto en la forma como en el contenido, bastara para expresar lo más relevante de un hecho; sin embargo, reconocía que lograr lo anterior no era una tarea fácil y por esta razón resultaba tan útil el reportaje gráfico. Una sucesión de imágenes permite contar una historia, y si el trabajo ha sido disciplinado, esa historia no dejará cabos sueltos a quienes se hagan testigos del hecho al contemplar dichas imágenes.
Henri Cartier Bresson
Así como Jean Luc Godard afirmaba que en el cine “cada edición es una mentira”, para Bresson, una de las tareas del reportero grafico consistía en “fijar la realidad, no manipularla”. Era consciente además, de que errores en los pies de página de las publicaciones o los medios mismos, podían cambiar todo el sentido de lo que el fotógrafo quiso expresar en un principio con su trabajo. Pero a fin de cuentas, esto ocurre también en el cine y la literatura cuando la gente afirma que una vez terminada una obra, ya no pertenece más a su autor si no a quien accede a ella.
Si bien las palabras resultan útiles para describir aquello que percibimos, en ocasiones también pueden limitarnos. Ya lo afirmaría Alejandra Pizarnik en uno de sus poemas: “No, las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia, si digo agua beberé, si digo pan comeré”.
Esta es una de las razones por las que con el paso del tiempo la fotografía asume un papel determinante como herramienta que permite dar cuenta de un hecho, con el valor agregado que Bresson resalta al afirmar que: “De todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija el instante preciso… Para nosotros, lo que desaparece, desaparece para siempre jamás”
Las fotografías de Bresson reflejan sin duda aquello que él llamó “el instante decisivo”. Ese momento crucial que deja la impresión de que una verdad nos ha sido develada y que toma valor en la medida en que es posible reconocer que fracciones de segundo marcan la diferencia. En definitiva, el trabajo de este francés va más allá de la imagen por la imagen.
La guerra, los inmigrantes, un beso entre dos amantes, el peso de la vida esculpido en los rostros, chicos que juegan a la salida de la escuela; no son una invención. Por eso vale la pena aprender a ver con los ojos de Bresson, para encontrar aquello que por estos días escasea un poco y al tiempo nos identifica con el otro: el sentido de lo humano.
Instante Decisivo entre padre e hija - Fotografía: María José Uribe Gallego